Con la bosta tampoco se juega...
La agresión al diputado kirchnerista Agustín Rossi fue un acto repudiable. No solo por el hecho en sí mismo, que mereció la condena general, sino también por los elementos utilizados por los atacantes: en estos tiempos de crisis energética, no se puede desperdiciar la bosta en una causa tan innoble.
Sábado 07.02.2009
La agresión al diputado kirchnerista Agustín Rossi fue un acto repudiable. No solo por el hecho en sí mismo, que mereció la condena general, sino también por los elementos utilizados por los atacantes: en estos tiempos de crisis energética, no se puede desperdiciar la bosta en una causa tan innoble.
"Con la comida no se jode", sentenció el gobernador Daniel Scioli el año pasado, cuando condenó los cortes de ruta. Con la bosta tampoco, remarcamos nosotros.
Y no es chiste. El propio Barack Obama quiere refundar a los Estados Unidos en la era post petróleo. Va a crear millones de puestos de trabajo "verdes", y en lugar de pinchar Alaska como quería Bush, invertirá miles de millones de dólares para acelerar la llegada de la energía renovable, y sólo le va a dar plata a las automotrices que se reconviertan y produzcan autos de menor consumo.
En el fragor de la lucha del campo con el Gobierno, que usa a la sequía para expiar su responsabilidad en la tremenda crisis que había provocado ya antes de este evento climático, pocos miran lo que está sucediendo en el mundo de los alimentos y la bioenergía.
La oportunidad persiste, se recrea día a día, los chinos siguen y seguirán comiendo y nadie le afloja al corte de la nafta y el gasoil con etanol y biodiésel. La oferta de granos se está recuperando algo, pero la demanda no cede, los stocks están en niveles históricamente bajos y eso se refleja en los mercados.
Concretamente, Chicago está mirando minuto a minuto las imágenes satelitales de estas pampas, y las cotizaciones se mueven al compás de los radares meteorológicos. Porque en esto, la Argentina pesa. No es un hecho menor: la soja y el maíz son los granos que se han expandido en mayor escala en los últimos años. Y en ambos, la Argentina es un fuerte factor de mercado. En esto, jugamos en primera. Pero con el referí -que también es argentino- en contra.
La mejor expresión del desaguisado es lo que está sucediendo con la industria de maquinaria agrícola. Se trata de uno de los sectores más dinámicos de la industria, que ocupa muchos más puestos de trabajo que la ahora alicaída industria automotriz. Venía como un tren bala hasta la última Expoagro, con récords de operaciones que luego fueron para atrás.
Hoy la crisis es fenomenal, y los industriales prueban suerte en nuevos mercados, como ahora México (Ver págs. 6 y 7), con la ayuda del Gobierno. No está mal este apoyo a la exportación de maquinaria. Lo que es absurdo es haber destruido el mercado interno. Lo hizo un Gobierno que ahora le pide a la gente que consuma.
La buena noticia es que la tribuna y los que la miran por TV están del lado del campo. Los políticos, que conocen el arte de la supervivencia, ya lo notaron. Los gobernadores de las principales provincias pidieron la suspensión de las retenciones por seis meses.
La Mesa de Consenso Agropecuario, lanzada hace pocas semanas como un bloque rural interpartidario, pidió que se las elimine de inmediato y que se reabran las exportaciones.
En este contexto, los del campo deben evitar las agresiones. Rossi es un especialista en victimizarse. Ya lo había hecho el año pasado, cuando fue escrachado por prominentes ruralistas en su propia casa. Ahora, sabía que lo estaban esperando, y lo reconoció por radio. La pregunta es por qué en lugar de eludir al grupete de "autoconvocados" enfurecidos, fue a poner la mejilla. Frente a las cámaras, sin protección.
Los productores cayeron en la trampa. También Eduardo Buzzi, que puso más énfasis en justificar la bronca que en repudiar la agresión, lo que le valió la crítica de muchos medios.
Así que ni huevos ni bosta. Ni zapatos, que son políticamente correctos desde que un periodista irakí se los arrojó al ex presidente George Bush en Bagdad, pero que aquí no van. Aunque esté sobrando el cuero.
Héctor A. HuergoLa Nación



